He vuelto a pensarte y sin darme cuenta te he escrito otra de las cuantas cartas que jamás te llegué a dar. Sin quererlo, has vuelto a mi cabeza por unos instantes y me has vuelto a destrozar, como tan solo tú sabes hacerlo, como tan solo tú puedes.
A pesar del tiempo que ha pasado desde que decidiste irte, sigue una pequeña espina clavada en mí. Y no quiero sentirla, no quiero que la haya, pero es el "premio" que obtuve por darte lo mejor de mí.
Las cosas nunca volverán a ser como antes y jamás volveré a sentir la misma sensación de estar a las puertas del paraíso, estando contigo.
Si las cosas llegaron a su fin, fue por alguna razón, la misma que volvería a romper las cosas si volviera a tenerte. Porque cuando las cosas se rompen puedes repararlas, pero no cometer el mismo error con ellas, porque la misma antigua grieta se volverá a abrir, se volverá a hacer pedazos y llegará hasta el punto de ser irreparable.
Que la vida sigue, y yo sigo con ella, sin tí, aunque tenga que admitir que me duela. Que tu sigues con la tuya, solo, sin mí, y no te odio por ello. Me odio a mi misma, por dejar que te quedaras con mi mejor yo, por acostumbrarme a que solo tú supieras hacerme feliz y no dejar que ahora nadie lo consiga. Hace mucho que decidí dejarte ir, al igual que me dejaste ir a mí.
Comprendí el dicho de que: Si de verdad amas algo debes dejarlo ir. Así hice y fue lo mejor que he podido decidir.
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