No logro explicarme el por qué, pero cada noche, sin poder evitarlo mis sentimientos se ponen a flor de piel de una manera tan inconsciente y automática que me asusta.
Sencillamente incontrolables se merodean por mi alrededor, mofándose de mí, de mi situación. Haciendo que mi pecho poco a poco se oprima, hasta que parece que mi corazón va a estallar. Justo al límite del final vuelven a él, como genio a la lámpara, y cuando vuelve a reflejarse la brillante luna en mis pupilas vuelven a salir de su sangrienta cárcel, torturándome por lo que son, por lo que deberían de llegar a ser e incluso por lo que fueron.
Voces que me culpan de no saber llevar las riendas de las vidas de todos ellos y con ellas, la mía propia. Acusaciones acerca de vandalismo hacia sus hogares de personas ajenas a sus vidas, que destrozaron la ciudad de sentimientos que se esconde tras la débil muralla de mis costillas. Pero el superior no lo piensa así, el gran órgano coherente, con mayor poder en este país de carne, afirma con sensatez no arrepentirse de ninguna de las guerras que ha sufrido este cuerpo y tampoco de los daños que estas pudieron ocasionar por difíciles que fueron de reparar e incluso los que todavía no se repararon.
Este enfrentamiento entre ambos causa el mal estar de todas las emociones y pensamientos que habitan en ellos, cada uno de acuerdo con sus respectivos superiores. Este conflicto que afecta al estado de los terreros que rodean a las dos potencias, produciendo así su propia destrucción, degradando cada día más las carnes que protegen sus cimientos y desgastando así, por cada minuto que transcurre, los pilares que lo sostienen todo, de resistir cada día más fuerza, intentando que me rinda a mitad de esta lucha conmigo misma.
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